En mi costera ciudad, sólo puedo concebir la vida si está rodeada de vientos, de tal modo que raro es el día que no me muevo a favor o en contra de alguno de ellos.
Hora fuertes, hora suaves; hilos invisibles que se empeñan en empujarme a favor o en contra de mis objetivos cargando de intenciones ajenas lo que aparentemente sólo debería pertenecerme a mí.
A veces, con el ímpetu del viento del este: fuerte, seco, descorazonador; se desata con rachas imprevisibles. Aire que te baja la tensión arterial, apropiándose de tu capacidad de movimiento, anulando tu voluntad, convirtiéndote en un muñeco de trapo. Como si pretendiera hacer de ti un zombi...
Su opuesto, el de poniente: el amistoso y ligero, pero muy influyente. Suele aportar frescura (mientras no se alíe con la lluvia). Pero cuando el poniente llora sobre ti la vida se convierte en tempestad temible; su humedad te cala hasta lo más hondo y a veces deja allí aguijones insidiosos que te molestarán no se sabe hasta cuándo. Lo mejor y lo peor. Un viento de doble filo.
Vientos violentos, capaces de llevarte en volandas, sin dejarte sentir el control. Impulsos inasibles de un aire que te precipita, te frena o te desvía.
También está el viento del norte, helado y húmedo. Es capaz de lavarte y enfriarte; de agarrotar tus articulaciones con su gelidez dejándote como tonto, inerte... una extraña sensación que tras su partida desemboca en el contrapunto agradable: gracias a él, habrás aprendido a mirarlo todo con más claridad, más justicia; sobre todo a ti mismo. Ha saneado tu vida, como esa medicina que tiene mal sabor al tragarla pero a la larga te beneficia.
Y, cómo no, está el viento del sur: cálido, caprichoso y escaso. Vahos del desierto que todo lo dejan seco, achicharrado. Traen el bochorno a tu vida, ayudándote a renegar de esas prendas que llevabas encima y que por fin descubres que te sobran. Sequedad de garganta, quemazón en los labios, pulsación en la frente,... viento que es falta de aire y ahogo en tu propia abundancia. Hastío de lo propio y hambre de desnudez.
Así son, más o menos, los vientos en la ciudad de mi vida.
Quizá hoy sea difícil entenderme, pero intúyeme al menos; y, por favor, antes de que cierre estos párrafos hazme llegar en la brisa un leve soplo de ti.