25 febrero 2007

El vuelo de un elefante ligero

He vivido muchos años, pero según los zoólogos aún tengo para rato. De todas formas, sigo sintiéndome joven en lo fundamental. En la sabana, me reconoceréis desde lejos gracias a mi fisonomía, grande y única.

Incluso sin verme sabréis por dónde lucí mi majestuoso paso; es sencillo observando la estela de plantas y terrenos aplastados que voy dejando tras de mí. Tengo mucho cuidado para no estropear nada, pero este tamaño conlleva esas consecuencias; al menos, me alegra saber que otros aprovechan esas estelas como caminos allanados para su propio avance. No hay mal que por bien no venga.

Os aseguro que quiero mostrarme tierno, que lo intento repetidamente,... pero no suelo conseguirlo. Son demasiadas arrugas, y un aspecto demasiado imponente; sin embargo... también tengo sueños e ilusiones.

Un día imaginé que mis orejas se abrían y mis huesos se ahuecaban; era capaz de volar. No sé cuánto duró la ensoñación, ni cuántas veces se produjo, pero fue tan intensa que llegué a creer que podría ser verdad.

Incluso a partir de cierto momento, lo asumí como si fuera realmente una parte viva de mi. Y delante de todos, convencido de mis dotes voladoras, anuncié con pomposa satisfacción:

- Echáos a un lado.
- ¿Qué dice el orejotas éste?
- Apartáos, que voy a levantar el vuelo ante vuestros ojos.

Hice crujir varias piedras con mis patas traseras al recular un poco para coger carrerilla; la audiencia permanecía boquiabierta, incrédula, probablemente pensando que me había vuelto loco. ¡querer volar con tanto peso encima!
Después de realizar lo que yo sentía como una grácil carrera, tomé impulso para alzar el vuelo. Algunos no querían ni mirar, convencidos del fracaso inminente.
Aprecié la aceleración de mi corazón y sentí que el aire se aligeraba a mi alrededor, que mis patas tocaban el suelo sólo de puntillas... que me separaba de él... ¿alzaba el vuelo? Un instante eterno para mí.

- Aahhh.

Oí la exclamación simultánea de todos, al mismo tiempo que me golpeaba en lo hondo la humillación del suelo chocando contra mis plantas; esa vibración que se propagaba alrededor y que retumbaba por todo mi esqueleto. Miles de kilos de carne vibrando y queriéndose separar de sus huesos. Un terremoto de órganos.
Mi anunciado vuelo, tan soñado y tan sentido, quedó en algo mucho más discreto.

- ¡Qué vergüenza! Lo siento, amigos, estaba convencido de que podría volar pero apenas he podido dar un saltito.

Azorado, desengañado, renegando de un sueño absurdo, ahora no era capaz de levantar ni siquiera la mirada. Cuando por fin me atreví a enfrentarme a sus caras, ninguno había cerrado la boca; los ojos aún más grandes, el gesto relajado, como si tuvieran las mentes en blanco. Absortos. Hasta que una amistosa cebra rompió la extraña calma.

- Pero, tonto grandullón: ¿acaso no sabías que para los elefantes es imposible incluso saltar?

Y al momento todos empezaron a silbar y vitorear, considerando una gesta el corto vuelo que supuso aquel saltito.
Ese día mi vida se llenó de sueño y mi sueño se llenó de vida; lo que había imaginado, lo que había sentido y lo que había querido compartir dieron un fruto distinto, pero igualmente extraordinario.

Hoy sigo viviendo tranquilo, avanzando con mimo entre hierbas y matorrales, abriendo caminos y mirando hacia adelante; guardando en lo hondo de mi ser el episodio que acabo de contarte.

Y me siento ligero y feliz.

9 comentarios:

Fran Quintana dijo...

¡Qué preciosa historia! Yo también quiero ser un elefante que siempre se plantee alcanzar los imposibles, aunque éstos sean insospechados.

Panflín dijo...

Gracias, Fran.
En realidad sólo iba a escribir una pequeña historia sobre el corto vuelo de un elefante que al menos pudo dar un saltito.

Iba a ser para ilustrar y excusar mi intención de dejar de escribir el blog; intenté volar, pero peso demasiado, así que estoy contento con este saltito que he dado en lo que llaman blogosfera. ¡me rajo!

Pero sabes que no puedo escribir cuatro palabras y ya está, así que me dediqué un poquito más y vi que la metáfora podría ser poco más amplia.

A mí también me gusta; es un buen saltito, ¿no?

Rocio dijo...

¡tú y tus metáforas!

Me encantan y me encantas

Opalo dijo...

Que linda historia...lo que no me gusto mucho es saber que hay una intencion de dejar de escribir en el Blog...por que?
Creo que tienes harto talento, ojala lo reconsideres...

Saludos

Panflín dijo...

Amiga Ópalo: mis compromisos, ocupaciones, y la familia requieren de mi mucha atención y tiempo; ojalá pudiera despejarme para escribir o componer a mis anchas, ya que disfruto haciéndolo.
Además, me encanta compartir estas creaciones con quienes puedan disfrutarlas y comentarlas.
Así que me veo como ese elefante: pesado, pero con ganas de volar.
En mi caso, no escribiría si no existiera el blog; se trata de un esfuerzo adicional que hago por disfrutar de esta experiencia bloguera.
Y siempre no se tienen fuerzas para lanzarse a un vuelo que parece imposible.

Opalo dijo...

Bueno, si tienes otras prioridades debes darles la atencion que merecen...de todos modos queria que sepas lo que pensaba de tu trabajo. Quizas mas adelante el elefantito si pueda volar :)
Cariños

Panflín dijo...

Me alegra y me animan mucho tus comentarios, Ópalo, y también los de Rocío y Fran.
Espero que las próximas semanas me permitan dar algún otro saltito.

marvision dijo...

Yo también estoy triste porque quieres dejar tus escritos. Son realmente aleccionadores y dejan huella. Solo eso
Ahora hablaré del elefante. El elefante si vuela, si quiere, solo que necesita tirarse al vacío y sin público. Las cosas sorprendentes y milagrosas no tienen explicación ni visitas, solo sabes que sucederán en el fondo de tu corazón. Ese elefante fue un poco exhibicionista, de veras.
Que empiece de nuevo a plantearse su vuelo como algo personal e íntimo. El que concede deseos quiere valientes con fe y a por todas.
Un saludo desde Cantabria a los dos hermanos y familia
marvision

Panflín dijo...

Te doy la razón, Marvision, en que el elefante pecó un poco de vanidoso; no mucho, pero un poco sí.
También estoy en la onda de que los buenos actos, los "milagros", no necesitan público ni visitas; sólo existen porque nacen de un corazón y de una cabeza bien dispuestos.
Ya vamos cogiendo carrerilla.